Por qué.
Hay un rasgo innato más, que seguramente me impulsó a elegir ingeniería.
Soy de los que no se quejan, y buscan soluciones.
No miro noticieros, ni me junto con pesimistas.
Creo un entorno de bienestar, más allá de lo adversas que puedan ser las condiciones.
Cuando algo no me gusta, cuando las cosas no son como deberían, no sólo despotrico contra el sistema, hago lo que esté a mi alcance, para cambiarlo.
Seguramente conocés a alguien que la pasó mal construyendo.
En mi caso, vi a mi propia familia pasar momentos de angustia, frustración, e impotencia.
Es muy común preguntarle a alguien ¿Cómo va la obra?, y que comience una catarsis de peripecias, culminando con la tristemente célebre frase “no se termina más”.
En la otra cara de la moneda, un jefe de obra agotado, atajando penales de lunes a sábado.
Pertenecer a ese status quo de la construcción, no era lo mío.
Me salí de la caja, y nutriéndome de experiencias propias y ajenas, comencé a buscar soluciones.
Primero determiné los dos principales focos de quilombos.
Problemas del sistema constructivo:
Lo arcaico, los desperdicios, la humedad, la mugre, etc.
Problemas de las formas:
El incumplimiento, la ambigüedad, los chantas, etc.
Fue más difícil de lo que pensaba.
Pasé mucho tiempo investigando.
Probé con todo lo que se te ocurra.
Dejé decantar, y emergió.
Un método propio.
Una obra a la vez.
Lo puse en práctica, y obtuve los resultados que esperaba.
Nada de palabritas vacías que copia y pega el de marketing.
Otro mundo.
Para mí, y para los clientes.
Logre que la construcción, deje de intimidar.
Dejó de ser un cuco.
Le prendí la luz.
Le quité las mentiras, los disgustos.
Ya no asusta a nadie.