Sigo siendo el rey.
Dos mil doce.
Mi amigo “El Palmera”, ya se había recibido.
Como tantos otros, que lo hicieron antes que yo.
Nunca me consideré un boludo.
Nunca.
Aunque no desacredito la teoría de que todos, somos el boludo de alguien.
No me costaba entender, era bicho.
Siempre me consideré más ingenioso, que ingeniero.
Lo mío más bien, era un tema de prioridades.
Antes que la universidad, estaba el club.
Tomar mate en la vereda, me resultaba más estimulante, que aprender el teorema de Stokes, de memoria.
Cualquier plan, me resultaba mucho más entretenido que estar en un departamento haciendo unas integrales, que aún no se dónde aplicarlas.
Así de indispensable resulta saberlas hoy, así de importantes eran para mí en ese entonces.
Ahora que lo pienso, era bueno.
Apenas desaprobé un puñado de finales.
El tema es que iba poco, o lento, o a mi ritmo.
Lo importante es que Palmera, fue el primero de los nuestros, en entrar con el machete, a la jungla de la construcción.
Dio con un tipo, al que le habían hecho un plano, y que buscaba que le hiciera la casa, el pendejo más barato del condado, pero, con un título, para poder exigirle, como si hubiese contratado a Fran Silvestre.
Nosotros íbamos seguido, queríamos ver las aventuras de nuestro amigo en primera persona.
Ahí, nos comimos las primeras boludeadas de los albañiles, descubrimos que sin materiales tirados, por todos lados, no era una obra, y que nada, era tan divertido, como imaginábamos.
Un martes cualquiera, este tipo llegó, y empezó a putear.
Putear y putear. Como la canción.
¿O era llorar? No importa.
Primero al aire, al mundo, a dios, a su madre, al que le había hecho el plano, y termino con todos los que estábamos a su alrededor.
Los albañiles, ni se inmutaron.
Parecía que de esas, habían vivido varias.
Es más, uno, esbozó una sonrisita, como si lo estuviese disfrutando.
Mi amigo no podía creer lo que estaba pasando, yo, me asusté.
Tenía miedo.
Miedo de que el tipo dejara los insultos, para pasar a la acción, miedo a no saber dónde me estaba metiendo.
Miedo, a haberme equivocado de carrera.
El miedo enseña, el miedo graba.
Dicen que el que se quema con leche, ve la vaca y llora.
No hace falta leche, podes quemarte con un amor, un perro, o un garca.
Y ese miedo, esa marca, hasta que no le das la vuelta, como a un colchón, no sabes para qué vino.
Por qué mierda, te tocó a vos.
Ahora bien.
¿Por qué puteaba tanto?
No le entraba la cama.
Posta.
No, le entraba, la cama.
Para el tipo, la casa era el campo de juego de su segunda soltería.
Y lo único que había pensado comprar, era una cama de dos por dos.
Le importaba tres carajos la tele, la heladera, y el sillón.
Él quería una king, para sentirse un rey.
Y ahora le iba a quedar más apretada, que las camisas que soñaba ponerse.
Lejos de defender a la persona que había hecho el plano, las king size, recién aparecían, y la habitación estaba pensada para una de dos plazas común, de 1,40m.
Sesenta centímetros de distancia, entre la alegría, y el insulto.
Entre la gratitud, y la frustración.
La verdad no se bien como termino la historia, si se compró una cama más chica, o pego la king contra una pared. La obra siguió como estaba.
Porque la vida sigue, y tarde o temprano, te acostumbras.
A lo bueno, y a lo malo.
Lo importante es reflexionarlo, y entender para que vino, aprender.
A él no sé, pero a mí, me dejo tres lecciones.
La primera.
Un buen plano, con malos albañiles, puede quedar mal. Pero funcionar.
Un mal plano, con los mejores albañiles, puede quedar bien.
Y ser una porquería que te complica la vida.
Me da igual que lo hagas conmigo, con tu arquitect@ amig@, o con quien sea.
Gasta en alguien que te escuche, entienda como vivís, sepa de diseño, y con esa información, haga tu casa.
No la que él quiere, la que vos necesitas.
La que te funcione.
Ratonea en todo lo demás, todo lo que quieras, pero en el plano, no.
Segunda.
Corroborá.
Medí, medí todo.
Comprate un láser y medí cada habitación que te guste.
Es la única manera de patear fuerte y al medio.
Está claro, no estamos en dos mil doce.
La realidad virtual es un hecho, y cualquier tour 360º, con un visor de diez dólares y un teléfono, pueden hacerte parecer que estas dentro del proyecto.
De hecho, tenés a disposición esa herramienta en todos mis proyectos.
Me dedique años a la visualización arquitectónica.
¿Ayuda? Si, un montón.
Pero hace parecer, no sentir.
Por suerte, la realidad virtual, aún no le gana a la realidad.
No hay como visitar lugares, medirlos, y estar atento a las emociones que te dispara.
Tercera, y termino.
Putear, no arregla nada.
Lo empeora.
¡Que tengas un gran día!